martes, 31 de diciembre de 2013

Feliz Navidad y Prospero Año 2014


viernes, 20 de diciembre de 2013

Manifiesto: ¡Vamos ahora hacia las aulas digitales motivadoras!

Ha llegado la hora de abandonar de una vez y para siempre el aula frontal convencional, tipo auditorio con los estudiantes dándose mutuamente la espalda, mirando al docente. Esa aula, inventada por los monjes en el siglo XIII ya no es funcional a las necesidades y la posibilidades de los/las estudiantes y docentes del siglo XXI.
El aula frontal asumía que el docente era la única fuente del saber: "magister dixit", el maestro lo dijo era la consigna. Se asumía que solamente él estaba en condiciones de leer e ir entregando los conocimientos. Han pasado más de siete siglos desde entonces y hoy podemos tener todos los registros escritos, (libros, documentos, presentaciones) y los audiovisuales (videos, conferencias, fotografías, infografías, etc.) al alcance de la mano, a uno o dos clic de nuestro dedo índice.
Los/las estudiantes ya no necesitan estar mirando hacia el frente, hacia el maestro. Ahora, con pupitres digitales que incluyen una tablet o una notebook, pueden mirarse los unos a otros y pueden interactuar entre sí, con el docente y con la clase que éste preparó y que está presentando de forma estructurada con textos e imágenes en un programa de gestión de los aprendizajes. Y no solamente eso, también pueden ir a cualquier otra información en la Word Wide Web.
Desaparece el aula- auditorio y emerge el aula circular o semicircular, el aula-conversatorio. Ya no se requiere mirar a ningún tipo de pizarrón e incluso Mr. o Ms. Power Point son obsoletos.
Cambia el rol del maestro o la maestra. Ahora, su rol es liderar un proceso de aprendizaje proponiendo a los estudiantes que jueguen de forma individual o grupal con textos, imágenes, videos, canciones, etc. En la tablet están las ejercitaciones y las respuestas a las ejercitaciones. El rol del maestro es ordenar y presentar los temas, los contenidos y hacer que éstos hagan sentido a sus alumnos. Conectarlos con su vida cotidiana, con sus emociones, darles contexto. Dirigir las discusiones y los foros orales que los estudiantes pueden entablar allí mismo, en el aula-conversatorio y que pueden prolongarse en línea si es necesario. Verificar que estén presentes en la clase y no visitando a sus amigosen FB o en el chat. Pedir que cierren las pantallas cuando deben prestar atención a lo que dicen sus compañeras o compañeros, practicando la cortesía básica de la era digital: "te escucho, me escuchas, mirándonos a los ojos"
Para generar sentidos, rol del docente, más que nunca, es adaptar los temas a la cultura de los grupos de estudiantes con los que trabaja: por ende, debe ser altamente competente en el dominio de las metodologías y las didácticas que mejor funcionan con esos estudiantes, dentro y fuera de las pantallas.
Y así como el aula auditorio tiene que irse, también tienen que irse los mitos que giran alrededor de ella: por ejemplo, el mito de que el docente "trasmite" algo, pues no trasmite nada; entabla conversaciones (flujos de lenguaje y emoción) a través de los cuales emergen sentidos. Por eso nuestra profesión y nuestra pasión -la de los docentes- no están debilitadas, sino potenciadas por las tecnologías digitales y avanzaremos hacia ellas ahora. ¡Ahora y no mañana!

Fuente: http://www.liderazgoeneducacion.org/

lunes, 9 de diciembre de 2013

Insectos, una herencia prehispánica

Sobre la mesa yace un platillo que a primera vista se le antojaría a cualquiera: tres tortitas bañadas con mole y ajonjolí. Para algunos comensales ese platillo hecho con ahuautle, huevo de mosco o chinches de agua, resultaría un auténtico manjar, para otros algo repugnante.
"Es uno de los platillos prehispánicos más representativos de la ciudad de México. Se le considera el caviar mexicano. Es rico en vitaminas, hierro, fósforo porque todo es natural", expresa don Fortino Rojas, chef del restaurante Don Chon, uno de los pocos sitios de referencia en la ciudad de México donde es posible degustar la tradición culinaria de los antiguos mexicanos. En la mesa donde don Fortino prepara este caviar mexicano también hay un plato de acociles (una especie de cangrejo de río), otro de jumiles (chinche o escarabajos de monte), uno de chicatanas (hormigas negras voladoras) así como de algunos gusanos, como los de maguey.
Ese variado menú de insectos que ofrece Don Chon en su carta es apenas una pequeña muestra de las 549 especies de insectos comestibles que, según investigadores de la UNAM, existen y se siguen consumiendo en diversas partes del país.
Como una dieta diaria o como el esperado manjar de temporada, la tradición prehispánica de consumir insectos prevalece en algunas comunidades indígenas de México como una herencia gastronómica y cultural de sus antepasados.
Una tradición que desde hace una décadas se ha metido hasta la alta cocina y ha sido reconocida incluso por organizaciones internacionales como la FAO, que en un informe reciente propone extender en todo el consumo de insectos como opción ante la escasez de comida.
Para antropólogos y especialistas en gastronomía, la cantidad y diversidad de estas especies en la alimentación de los antiguos mexicanos, así como la permanencia de esa tradición en los pueblos indígenas, indican la importancia y trascendencia que los insectos han tenido en la historia de la gastronomía mexicana. “En el México antiguo los insectos son un alimento que se encuentra en la comida de todos los días, o en la de los rituales y en las ofrendas. Además, no era alimento para unos pocos, como para los guerreros, sino que es un consumo a diferentes niveles, para muchas personas. Lo que podía cambiar eran las cantidades”, explica la antropóloga Laura Corona, investigadora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). “En todos los grupos indígenas del país, los insectos han formado parte de la alimentación pero no se conoce bien porque hay mucha gente que les tiene repulsión”, añade el chef Mauricio Ávila Serratos, académico del Colegio Superior de Gastronomía, quien asegura que tan sólo en el DF existen 75 especies de insectos comestibles.
Exótica tradición
La práctica del consumo de insectos entre diversas culturas mesoamericanas está documentada en las crónicas de la época, así como en los códices.
Pero durante la Conquista esta tradición culinaria fue rechazada por los españoles. Así lo demuestra el significado que se les daba a los insectos en algunos conventos del siglo XVIII, donde el consumo de, por ejemplo, los jumiles era aplicado como un castigo o penitencia para las monjas en falta.
Aunque esa influencia religiosa contribuyó a que ese hábito alimenticio se olvidara o desapareciera en algunas regiones, en la mayoría de los pueblos indígenas sobrevivió e incluso llegaron a enriquecer su preparación con ingredientes introducidos por los conquistadores. Actualmente esos cambios en la forma de preparación continúan, ya sea por la escasez de los ingredientes originales, como por el creciente interés de los gastrónomos de buscar nuevas formas de presentación y de hacer con los insectos platillos gourmet.
“Los platillos que se cocinan en las comunidades, que se transmiten de generación en generación, van cambiando de acuerdo a las circunstancias, a veces ya no hay los ingredientes tradicionales y los van cambiando por otros. Por otro lado, hay una fuerte tendencia de los gastrónomos de incorporar este tipo de elementos como opción para hacer platillos gourmet”, comenta Laura Corona.
Según la especialista, la tendencia de revalorar a los insectos como ingredientes en determinados platillos se debe en gran parte a la valorización que en los últimos años se le ha dado a la gastronomía mexicana a partir de la declaratoria de la UNESCO como patrimonio de la Humanidad.
Comida para ricos
“La nueva visión de la gastronomía es explotar estos elementos para introducirlos como algo gourmet, cuando en realidad es algo milenario, que se han comido siempre y que es común en el campo”, dice Ávila Serratos, autor del Recetario tradicional del Distrito Federal (Conaculta ,2012), donde a través de visitas de campo y entrevistas con habitantes de los pueblos originarios de la ciudad rescata los saberes culinarios que han existido en el Valle de México. Así, mientras que en el campo estos insectos forman parte de la tradición alimentaria de la mayoría de sus habitantes, en las ciudades el consumo de estas especies es considerado un lujo o una práctica limitada a paladares exóticos.
“El kilo de ahuautle alcanza los cuatro mil pesos, los jumiles están como en tres mil pesos el kilo. Cada vez son más difíciles de conseguir y son muy caros, es comida para ricos”, dice don Fortino Rojas. En el campo o en los pueblos indígenas, el panorama es distinto, pues desde tiempos prehispánicos la tradición de sus habitantes ha sido aprovechar los recursos naturales a su alcance, entre ellos los insectos comestibles. “La variedad depende de los nichos ecológicos en donde viven y de las temporadas.
Por ejemplo, en Valle del Mezquital hay temporadas en las que abundan los escamoles, en otra parte se incrementa la población de grillos y todo esto se aprovecha. Lo importante de todo esto es el conocimiento que estas personas tienen de su entorno para aprovechar los recursos naturales a su alcance, conocer los lugares dónde encontrarlos y saber cómo explotarlos”, afirma Granados.
En el caso del Valle de México, añade Mauricio Ávila Serratos, los aztecas aprovecharon de los lagos, la milpa y los montes. De esos ecosistemas aprovecharon la flora y la fauna, entre ellos los insectos acuáticos, como las cucarachas de agua, los gusanos blancos, las larvas de libélula y el ahuautle o caviar mexicano, que se cultivaba a orillas de los lagos, en determinadas temporadas.

Fuente: http://www.eluniversal.com.mx/cultura/71948.html

lunes, 2 de diciembre de 2013

Proyecto "Apolo 13" registra hallazgo de nuevo sitio arqueológico 'Cotasacha'

El sitio descubierto se halla cubierto por una tupida vegetación que hace pensar en un antiguo centro poblado fortificado de unas cuatro hectáreas de extensión.
11 días y más de 100 kilómetros de caminata por los vestigios del camino del Inca registraron los miembros del proyecto "Apolo 13", dirigido por la historiadora Vera Tyuleneva, cuyo hallazgo más significativo es el sitio arqueológico de Cotasacha.
Cotasacha "no era un tambo ni era qolqa ni lugar de almacenaje, ni paradero, era algo más grande, un pueblo fortificado pequeño, en esa zona no se puede esperar un sitio muy grande porque es un lugar alejado del imperio Inca, y lo que necesitaban los incas ahí era un sitio de control administrativo y militar", dice Tyuleneva al Periódico Digital del PIEB.
Los documentos de la época colonial mencionan una población que podría ser Cotasacha con los nombres de Ayavire, Ayavirezama y Ayavirezana. Tyuleneva explica: "Yo iba allá con la idea de quizás encontrar alguna referencia de este sitio, pero en estos casos generalmente la suerte no acompaña a uno porque las referencias son muy vagas, en este caso si había una referencia bastante precisa en cuanto a distancia incluso pero las crónicas mienten mucho, se equivocan mucho, divagan mucho, no tenían grandes esperanzas de que eso iba a resultar por si acaso lo tenía en el fondo de mi mente, pero resulto verdad".
La exploración realizada por el proyecto "Apolo 13", denominado así porque partió de Apolo y se realizó en 2013, se enmarca dentro de la geografía histórica que consiste en contrastar los datos históricos de fuentes escritas con los hechos verificables en el terreno, no es invasiva y se concentra solamente en la observación, el registro y la documentación.
Precisamente los documentos del siglo XVI se refieren a un camino inca, entre los más alejados y más avanzados hacia la Amazonia, entre el valle de Apolo y San José de Uchupiamonas; el mismo camino consta en los registros del proyecto Qhapac Ñan en Bolivia pero los académicos no lo han transitado porque es difícil de recorrer incluso a pie. Tyuleneva, el cineasta Rodrigo Rodríguez y los guías Agustín Zambrana e Hilarión Sea se lanzaron en esta caminata de once días registrando "el andén continuo de 1 y 4 metros de ancho, con superficie nivelada, que va por las laderas de los cerros", "fragmentos aislados del empedrado" y "tres tramos largos y varios tramos menores de gradas talladas en roca".
Si bien existe deterioro del camino, éste puede ser observado y documentado, y necesita un proceso de conservación y resguardo arqueológico. Tyuleneva explica que hacia el norte de Apolobamba y el río Tuichi existe un punto fortificado importante, la fortaleza Ixiamas que es conocida desde los años 70, y parece que el camino recorrido por el proyecto "Apolo 13" se dirigía originalmente hacia ese lado, lo cierto es que era una vía de acceso a las tierras bajas, probablemente zona de intercambio de diferentes productos y zona de acceso militar al río Beni.
El sitio Cotasacha, en cambio, está en el límite entre los pajonales y el bosque tropical, a 27 kilómetros en línea recta hacia Apolo, una distancia que se incrementa hasta 50 kilómetros si se sigue el camino del inca (que tiene zigzags). Tyuleneva registró en el sitio "una de las estructuras con un muro bien conservado de aproximadamente 50 metros de largo y hasta 2 metros de alto, y otra estructura con un muro del mismo alto y de 120 metros de largo, además de fragmentos de varias construcciones arquitectónicas menores".
"Tanto el camino inca como el sitio arqueológico de Cotasacha están en grave peligro de deterioro", dice Tyuleneva. Si bien la actividad humana (quema descontrolada de bosque, presencia del ganado y excavaciones clandestinas en busca de tesoros) es un factor de riesgo para ambas infraestructuras arquitectónicas, para la historiadora el mayor peligro está dado por los factores naturales como las lluvias, los derrumbes y especialmente la abundante vegetación.
El proyecto "Apolo 13" está financiado y respaldado por el Foro Boliviano de Medio Ambiente (FOBOMADE), por la protección del patrimonio histórico y arqueológico en el Parque Madidi. La historiadora Vera Tyuleneva puede ser contactada en el correo benipando@yahoo.com.

Fuente: PIEB