viernes, 27 de marzo de 2015

La vida eterna, un invento de los faraones

La vida eterna, un invento de los faraones
¿La muerte es el final? Y si no lo es, ¿qué nos depara? La humanidad lleva toda la humanidad, y valga la redundancia, intentando resolver esta cuestión, ya sea mediante concepciones religiosas o filosóficas. Incluso la ciencia, desde que es ciencia, no ha parado de buscar sus propias respuestas. Los estudios al respecto no cesan. Uno de los últimos, hace apenas unos meses, de la Universidad de Southampton, llegó a la conclusión de que la vida seguía después de la muerte. Para ello, los investigadores analizaron 2.000 casos de personas que habían sufrido un paro cardíaco. El 40% de los que lograron sobrevivir relataron que estuvieron conscientes durante la ‘muerte clínica’ y que se sintieron fuera del cuerpo, viendo cómo los doctores intentaban reanimarlos. Algunos de los supervivientes al infarto también coincidieron en describir una luz brillante, como la del Sol, el dios Re de los antiguos egipcios, los primeros que creyeron en la vida eterna, y sin necesidad de informes médicos.
Quizás resulte más que evidente que la gran cultura de la momificación creyera en el más allá, pero hizo más que esto: fue la primera civilización de la historia, y durante mucho tiempo la única, en ganarse el cielo. Después de ellos, en nuestro entorno occidental, ya vendrían los griegos y romanos, en menor medida, y principalmente el cristianismo (con sorprendentes analogías con el antiguo Egipto). Pero ninguna religión posterior concibió una eternidad tan detallada y perfecta como la de los súbditos de Horus.
La exclusiva de la eternidad
Al principio, no obstante, la eternidad fue una cosa de pocos, o más bien de uno: el faraón. Durante todo el Imperio Antiguo (y antes) solo el rey subía al cielo. Es decir, en el transcurso de unos mil años, la eternidad fue una exclusiva del soberano. Eso sí, los egipcios también tenían su lado práctico y una eternidad en soledad, más que un premio corría el riesgo de convertirse en una condena. Por eso, el faraón otorgaba este privilegio a sus más allegados. De esta manera, podrían seguirlo y servirlo en el más allá. Una prueba de esta eternidad delegada la encontramos en las mastabas construidas al resguardo de las pirámides. Sus moradores buscaban así la protección de su faraón en el Duat, el reino de los muertos.
El faraón, no obstante, no pudo mantener eternamente su exclusiva eternidad. En el transcurso de la revolución social que supuso el fin del Imperio Antiguo, hace casi 4.200 años, el logro irreversible del pueblo fue acceder a los derechos religiosos y, muy especialmente, a la vida de ultratumba. Ahora nos puede resultar chocante este interés escatológico (del griego éschatos: último; no confundir con la otra definición), pero en la antigüedad se trataba de una cuestión de vital importancia. Así pues, hasta el más pobre morador de Kemet, la Tierra negra, símbolo de fertilidad, tal y como denominaban a Egipto sus antiguos habitantes, podía convertirse en Osiris, el dios que renacía cada año a partir de la crecida del Nilo. Es decir, el dios de los muertos era, también, el dios de la vida.
Juicio y paraíso
Una vez revelados los secretos religiosos, todos los fallecidos accedían ya, guiados por Anubis, al tribunal de ultratumba, presidido por Osiris. El difunto debía hacer una confesión negativa, tremendamente larga y que entraba en detalles increíbles. “No he cometido crímenes. No he permitido que un servidor fuese maltratado por su amo. No he hecho sufrir a otro. No he provocado el hambre. No he hecho llorar a los hombres, mis semejantes…”. Estas negaciones ayudan a entender la moral sorprendentemente humanista que regía la sociedad del antiguo Egipto. La balanza, que más tarde se convertiría en el símbolo de la justicia, pesaba su corazón. Si se mantenía en equilibrio con la pluma de la verdad (de la diosa Maat), significaba que el difunto era 'justo de voz', es decir, que no había mentido, y podía acceder al reino de los muertos. Si no pasaba la prueba, se las veía con Ammyt, una bestia con cabeza de cocodrilo, piernas de hipopótamo y cuerpo de león, llamada “la devoradora de los muertos”… no hace falta añadir nada más. Solo una cosa: el juicio no discriminaba entre ricos y pobres, poderosos o siervos, ni valían los sobornos o pagos. Solo accedía al reino de Osiris quien se lo había ganado en vida.
¿Y dónde iban a parar los 'justos de voz'? Pues a los campos de Yaru, un término que los griegos adaptarían convirtiéndolo en los campos Elíseos. Yaru se ha traducido tradicionalmente por cañas, pero en realidad se trata de chufas. Por tanto, se puede decir que el presidente de la república francesa vive en un campo de chufas, aunque difícilmente se pase el día bebiendo horchata. Los egipcios, en cambio, sí vivían eternamente en un mundo dulce y goloso. Esos campos nada tenían que ver con los de los griegos, donde vagaban las almas en pena. Ni con el paraíso cristiano, donde no se sabe muy bien qué se hace. El Yaru egipcio era dinámico y sus habitantes se dedicaban eternamente a vivir como lo habían hecho en vida. El campesino seguía siendo campesino, y el faraón, faraón. Eso sí, otra vez sacaron a relucir su sentido práctico y mágico de la vida creando los ushebtis, unas figuritas que se incluían en el ajuar funerario y que acudían a trabajar en nombre de los difuntos. Bien se merecían una buena vida eterna…
Pero no deja de ser curioso que los hombres y mujeres del antiguo Egipto se esforzaran en perpetuar su estilo de vida en el más allá, lo que da a entender que se trataba de una civilización feliz, muy diferente al carácter sumerio, hitita, babilónico, acadio o incluso judío (todos ellos sin paraíso). No en vano, también llamaban a su país Ta meri, es decir, tierra amada.

Fuente: http://www.lavanguardia.com/cultura/20150305/54428743005/vida-eterna-faraones.html#ixzz3VaxPqURF 

lunes, 23 de marzo de 2015

Descubren la tumba faraónica del "guardían del dios Amón" en Luxor

El mausoleo del llamado "guardián de la puerta del dios Amón", que data de la XVIII dinastía faraónica (1554-1304 a.C.), ha sido descubierto en la ciudad de Luxor, informó hoy el ministro egipcio de Antigüedades, Mamduh al Damati.
El hallazgo es obra de arqueólogos estadounidenses que realizaban excavaciones en la zona de Al Qarna en Luxor, a unos 600 kilómetros al sur de El Cairo.
La tumba, que pertenece a una persona identificada como Amenhoteb, tiene forma de letra T y está compuesta por una primera sala de 5,10 y 1,50 metros de largo y ancho, respectivamente.
Esta sala conduce con dirección al este a otra sala que tiene un pequeño nicho inconcluso y una entrada a una cámara lateral de dos metros cuadrados, que tiene en su centro un pozo.
El pozo puede que conduzca a la cámara mortuoria, según el comunicado de Antigüedades.
El ministro destacó que los muros internos de la cripta están ornamentados con relieves policromados que representan al fallecido y a su esposa frente a una mesa de ofrendas.
Por su parte, el director general de Antigüedades del Alto Egipto, Sultan Aid, dijo que la tumba fue dañada premeditadamente, ya que algunas de sus escenas e inscripciones jeroglíficas fueron raspadas, entre ellos los nombres y títulos del dios Amón y del difunto.
Estas acciones fueron perpetradas durante la revolución religiosa que aconteció durante el periodo del faraón Akenaton, concluyó el responsable egipcio.
Akenatón, conocido también como Amenofis IV, fue uno de los faraones más importantes del Imperio Nuevo (1539-1075 a.C.), por ser el primer monarca que instauró el monoteísmo, desplazando al dios Amón, y eligiendo a Atón.

Fuente: http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=1805855

martes, 17 de marzo de 2015

Las arenas de Luxor desvelan la segunda tumba de un funcionario faraónico en una semana

Detalle de la decoración de la tumba hallada en Luxor.
Dos tumbas en apenas una semana. La misión de arqueólogos estadounidenses que halló hace unos días la tumba de Amenhotep, guardián del dios Amón, ha protagonizado este martes un nuevo descubrimiento formidable. A unos metros del primer enterramiento los egiptólogos se han topado con la sepultura de "Sa Mut" con su muros repletos de hermosas y coloridas estampas que narran la vida y las festividades en la tierra de los faraones.
La tumba de "Sa Mut", con más de 3.000 años de antigüedad, ha sido localizada al este de la tumba TT110 cuyas labores de limpieza sirvieron a la expedición del ARCE (Centro de Investigación Americano en Egipto, por sus siglas en inglés) para dar fortuitamente hace una semana con el enterramiento de Amenhotep, un funcionario del Imperio Nuevo al que los títulos tallados en el dintel de la puerta principal describen como "guardián de Amón".
Los tres enterramientos -situados en Gurna, en la ribera occidental de la actual Luxor- comparten patio, ha informado este martes el ministerio de Antigüedades egipcio en un breve comunicado.
Como la de Amenhotep -también apodado "Rebiu"-, el nuevo hallazgo data muy probablemente de la dinastía XVIII (1.450-1050 a.C.), un período de enorme zozobra en la corte faraónica. Sepultada por los escombros, la tumba de "Sa Mut" guarda entre sus paredes de yeso "estampas con colores muy brillantes" en las que se alternan momentos del día a día con festividades y viñetas del difunto en compañía de su esposa "Ta Khaeet". El plano del lugar tiene forma de T, con una sala transversal y cámaras laterales inconclusas.
Al igual que sucede con la de su finado más cercano, el sitio fue profanado en la antigüedad y sus escenas dañadas deliberadamente. Un expolio y purga que los expertos atribuyen a la campaña de destrucción iniciada por Ajenatón, el monarca que desterró la antigua religión; alentó el monoteísmo por primera vez en la Historia; e impuso el culto a una nueva deidad -el dios solar Atón- con la oposición del todopoderoso clero. Por orden del "faraón hereje", se cercenó la memoria de todo aquello vinculado a Amón.
Los dos hallazgos -calificados de "asombrosos" por el ministerio de Antigüedades- pueden alumbrar una época de transformaciones y memoria mutilada. Según el director de la expedición, el egiptólogo estadounidense John Shearman, "el nuevo descubrimiento junto al de la semana pasada abrirá la puerta a nuevos hallazgos en el futuro que precisarán de más trabajo para desvelar nuevos hechos científicos y arqueológicos".
Su misión completa los descubrimientos firmados durante el último año relacionados con este destacado periodo de la historia. En 2014 un equipo de egiptólogos españoles encontró en Luxor la clave que desentraña los entresijos de la revolución monoteísta. Las inscripciones jeroglíficas halladas en cuatro columnas de la tumba del visir Amenhotep Huy confirmaron la hasta ahora discutida corregencia de Amenhotep III (1387-1348 a.C.) y su hijo Amenhotep IV, el monarca convertido luego en Ajenatón.
El ascenso de Amenhotep III marcó el comienzo de la reforma monoteísta que su hijo completó cuando abandonó Luxor y levantó Tell el-Amarna, a mitad de camino de Tebas y Menfis y dedicada al nuevo culto a Atón. También el año pasado, la misión italoespañola "Min Project" se topó con la tumba de May, un alto funcionario de la dinastía XVIII al que los relieves presentan como un importante estadista encargado de supervisar los caballos, el ganado y los campos del faraón. El descubrimiento fue, como ahora, fruto del bendito azar.

Fuente: http://www.elmundo.es/ciencia/2015/03/10/54ff201ee2704e83538b4578.html

sábado, 7 de marzo de 2015

Sobre el papel de las mujeres en la prehistoria

evolucion
Esta primera semana de marzo se celebra la IV Semana sobre Mujer y Ciencia. La ciudad de Burgos, volcada en las investigaciones sobre la evolución humana por su proximidad a los yacimientos de la sierra de Atapuerca, debate (entre otros tópicos) sobre el papel de la mujer en la prehistoria. No es un tema sencillo, porque el registro arqueológico y el registro fósil carecen de información para extraer conclusiones sobre las labores realizadas por los miembros de los dos sexos. Se acaban de publicar algunos datos que, de manera indirecta, infieren una división de trabajo entre machos y hembras en las poblaciones neandertales. Esta investigación, llevada a cabo mediante la observación de las marcas en los dientes, trata de convencernos de la relación entre esas marcas y el trabajo que podrían realizar hombres y mujeres. No obstante, las diferencias entre las marcas sugieren más sobre la cantidad (intensidad) que sobre la cualidad.
Cuando se aborda la cuestión sobre las posibles diferencias entre las labores realizadas por hombres y mujeres en la prehistoria no podemos evadirnos de mirar a nuestro alrededor y fijarnos en el papel que cumplimos en todas y cada una de la multitud de culturas del planeta. Esta visión actualista no deja de ser engañosa. También resulta tentador echar una mirada hacia los escasos grupos humanos actuales de cazadores y recolectores que aún persisten en el planeta. También nos paramos a pensar en el comportamiento de los chimpancés, buscando una referencia convincente. Con los chimpancés compartimos más del 98 por ciento de nuestro genoma. Sin embargo, no es menos cierto que divergimos de ellos hace unos seis millones de años. Cada linaje ha seguido su propio camino evolutivo y, aunque nuestro comportamiento básico tiene mucho en común con las dos especies de chimpancé, su modelo en relación al rol de machos y hembras podría haberse alejado mucho del que tuvieron los australopitecos o los representantes de cualquiera de las especies del género Homo.
Así que solo nos queda viajar al pasado con nuestra imaginación, dejando la mente en blanco. Una tarea nada sencilla. Este ejercicio tiene que realizarse sin el apoyo de datos empíricos y, por lo tanto, se queda en una mera reflexión basada en la lógica de lo que sabemos sobre la biología de los seres vivos. Para empezar, hemos de asumir que todas las especies (incluida la nuestra) tienen un objetivo común: su perpetuidad. Para conseguir este propósito es necesario conseguir energía (alimentos) para el desarrollo de los individuos que llegarán a tener descendencia. Los padres (ambos) tienen que cooperar en la medida de sus posibilidades para conseguir esa energía.
Por otro lado, no podemos olvidar que, en ausencia de la elevada tecnología médica de la que disponemos en la actualidad, la mortalidad infantil de nuestros ancestros fue siempre muy elevada. La lactancia materna cumplía un papel fundamental en el desarrollo de la inmunidad de los niños, pero la selección natural era implacable con aquellos individuos no aptos para llegar con éxito a la edad reproductora. Este hecho obligaba a las hembras a una maternidad sin descanso. Suena duro, pero tenemos que seguir la lógica de la vida. Con estas premisas, las hembras de todas las especies de nuestra genealogía tuvieron un papel fundamental en la continuidad de las sociedades prehistóricas.
El período reproductor de las hembras ha estado siempre en torno a los treinta años, con independencia de su momento inicial y final. Ese período suponía un gasto energético vital extra, motivado bien por la gestación (34-40 semanas), la lactancia (mínimo de dos años) y el cuidado de los más pequeños. Aunque las madres obtuvieran energía del medio mediante la recolección (frutos, huevos, etc.) o la captura de ciertos animales, es obvio que los machos tuvieron un papel fundamental en la aportación de la energía extra. La defensa de la prole no tuvo porque ser exclusiva de los machos, aunque estos últimos tuvieran posiblemente un papel trascendental en la protección del territorio. La prolongación de la vida más allá de la vida reproductora tenía poco sentido y la longevidad de las especies estaba condicionada por ese hecho. Nada que ver con la situación actual de los países desarrollados.
Todo ello me lleva a pensar en algunos pasajes de la conocida novela “El clan del oso cavernario”, en los que la protagonista sufre con frecuencia la cólera de su pareja. Por supuesto, no podemos viajar al pasado para observar el comportamiento de nuestros antepasados. Sin embargo, pienso que las descripciones de su autora, Jeane M. Auel, estuvieron influidas por el comportamiento actual de lo que denominamos “violencia de género”. Con sinceridad, y a tenor de lo que explicado en los párrafos anteriores, no puedo asumir un comportamiento violento y gratuito de los machos hacia las hembras.
Podemos especular (que no aportar datos empíricos) sobre la predominancia de los machos o de las hembras en las diferentes especies de homininos o sobre su estructura social. Sin embargo, no me cabe duda sobre el papel activo de todos los miembros del grupo, fueran machos o hembras, en la cooperación por el mantenimiento de la especie. La biología nos marcó el camino hasta que la complejidad tecnológica y nuestra expansión planetaria creó la diversidad cultural, incluyendo el papel actual de hombres y mujeres en cada sociedad.

Fuente: http://reflexiones-de-un-primate.blogs.quo.es/2015/03/05/sobre-el-papel-de-las-mujeres-en-la-prehistoria/